Supongamos
que nada nos ha cambiado, que hablando cambiábamos el mundo. Las noches se
volvían locura y alegría. Tus ratos los mejores. Pero fuera, el mundo se desmadraba, la
lujuria tocaba dos docenas de puertas cada noche. Los políticos perdían el
Norte y el sur ya estaba lejano. Aquel día la lujuria llamó a mi puerta y yo
cogí un avión, un libro, un carrete nuevo y huí. En mi maleta te llevaba a ti.
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Sonrisa.